martes, 9 de febrero de 2016

El vagabundo memorioso, de Francisco Meneses, en la antología Un minuto de ternura

El pasado sábado, unos cuantos compañeros del centro asistimos, en la librería Ramon Llull de Valencia, a la presentación conjunta de dos libros: De meses y días, un precioso poemario de Arantxa Oteo y Daniel Erne (con el añadido de unas magníficas fotografías de José Naveiras García; LVR ediciones) y la antología  Un minuto de ternura (Selección y edición de Uberto Stabile; Baile del sol, Ediciones).
 Se trata éste de una recopilación de textos breves (relatos, impresiones, vivencias...) que tienen en común lo que su título sugiere: la ternura: ese sentimiento tan difícil de definir, tan sencillo de reconocer, que nos gratifica con su calidez y defiende, en muchas ocasiones, de la tentación de dejarnos llevar por el desánimo en esta sociedad desnortada, en estos tiempos complicados. 
Uno de los relatos que componen Un minuto de ternura es de nuestro compañero, Paco Meneses, que participó en la presentación del libro y nos regaló una preciosa lectura de su contribución al mismo. 

Con su permiso, yo os regalo su texto.
Espero que os guste tanto como a mí..



El vagabundo memorioso
Recorren la ciudad, incansables, a pie o en bicicleta. Pasean sus figuras errabundas entre la indiferencia y, a veces, el escarnio. Reciben improperios por afear un paisaje urbano con frecuencia pretencioso. Se acuestan recogidos en lugares que puedan procurar un poco de calor aislados por cartones y mantas desgastadas.
Han elegido o no, una vida diferente, una vida sin horarios que, a menudo, les supone un gran esfuerzo. Oh, qué difícil es aparentar que no se hace nada. Ay, cuánto trabajo, tamaño sacrificio para poder no hacer nada.
Un ciudadano medio, llamémosle M., ve acercarse a uno de estos héroes desvalidos, pongamos una tarde del otoño todavía cálido, en la parada del autobús de un barrio cualquiera. Anticipa las excusas habituales, previendo una conversación típica mil veces repetida. El caballero errante, con aires ilustrados que contradicen su desaliño, se dirige a él con cierto deje atildado:
- “¿Le puedo hacer una pregunta?”
Entre sorprendido e irritado recibe por respuesta, en tono irónico algo exasperado:
- Si no es muy difícil...
Con un respingo, sin perder sus maneras, se aleja murmurando.
M. padece y se queja de los ciclistas en la aceras, de los motoristas en la aceras, de los coches en la acera y en las calzadas, conducidos por humanos mil veces menos considerados. M. se queja de la basura en las aceras, de los rebuscadores de la basura, y del estado de las aceras. M. se queja de todo, en general, y de aquello que le molesta por las aceras, en particular.
Nuestro mendigo ilustrado, mientras tanto, recorre afanoso y aparentemente despreocupado la ciudad.
Meses después, en esa metrópoli costera, de más de un millón de habitantes, definida por algún avispado periodista como la ciudad de los ombligos concéntricos, llamémosla V., en pleno centro, se produce el inesperado e improbable reencuentro...
- “¿Le puedo hacer una pregunta?
El ciudadano M. gira la cabeza y advierte al instante la expresión de sorpresa de su interlocutor.
El indigente memorioso e ilustrado, le mira fijamente y acierta a decir:
- “Creo que usted y yo hemos tenido ya una conversación...”
antes de alejarse con la cabeza siempre alta y dejar a M. en la acera sumido en un cierto estupor.

MUJERES QUE INSPIRAN

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