Siempre me alegra ver cómo algunos ex-alumnos se dejan caer de vez en cuando por el centro, bien para cosultarnos algo , bien para , simplemente, hacernos una visita. A veces, si tenemos clase, apenas los podemos atender pero ellos saben que son bien recibidos. La semana pasada nos visitó Rebeca Martínez.
Rebeca se distinguió el curso pasado por ganar diversos certámenes literarios, entre ellos el nuestro, el que patrocina el AMPA. Como en junio, con el final de curso, me pareció momento poco propicio para publicarlo en este blog, le comenté que lo haríamos por estas fechas, y así, animar a los alumnos aficionados a escribir a presentarse este año. El otro día, mientras charlábamos se lo recordé y le pedí que me enviase el relato ganador de nuestro concurso para hacerlo. Con buen criterio -supongo que ha pensado que dicho relato ya se publicó en la revista del instituto- me ha enviado otro distinto que, estoy segura, os gustará. Gracias, Rebeca, por tu colaboración. Y a seguir cultivando y disfrutando la pasión de escribir.
SI
EL MUNDO FUERA POESÍA
“Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado.”
La anciana madame
Herestia cerró el libro de cuentos con un golpe sordo. Observó al pequeño
Alexéi y esbozó una sonrisa de ternura. El niño se había quedado dormido antes
de saber el final de la historia, como cada noche.
Madame Herestia se
levantó del sillón, no sin cierta dificultad, y dejó el volumen sobre la mesita
de noche. Le dio un beso suave en la frente y se marchó de la habitación en un
silencio sepulcral.
Hacía varios años que
la anciana cuidaba de los hijos de la familia Burdock. Se trataba de una
familia adinerada, muy conocida en los círculos sociales más elevados. El señor
Burdock, amigo íntimo de madame Herestia, le había pedido una infinidad de
veces que se encargara de los niños mientras el matrimonio estaba fuera de la
ciudad. Como la mujer enviudó joven y no volvió a casarse, nunca tuvo
descendencia, de forma que siempre estuvo dispuesta a quedarse con los hijos de
los Burdock tantas veces como hiciera falta.
Sin embargo, con el
tiempo, la hija mayor, Eliary, fue volviéndose más distante y fría con su
cuidadora. En secreto, había llegado a culparla de que sus padres pasaran cada
vez menos tiempo en casa, lejos de su familia.
Madame Herestia se
acercó lentamente a la habitación de Eliary, esperando encontrarla estudiando,
como de costumbre. Por el contrario, se llevó una grata sorpresa. Eliary estaba
tumbada en su cama, leyendo distraídamente un libro de poemas.
-No sabía que te
gustara la poesía.-comentó la siempre cariñosa madame Herestia. Eliary resopló
molesta por la interrupción.
-No me
gusta.-replicó.-Es para clase. Tengo que aprenderme un poema, recitarlo y
explicar su significado, pero no entiendo ninguno de ellos.-hizo un mohín de
disgusto y continuó su lectura, dando por concluida la conversación.
-Eliary, la poesía es
el eco del alma. No puedes leerla sin más. Tienes que ver más allá.-madame
Herestia se sentó a su lado y tomó el libro. Abrió una página al azar y observó
detenidamente cada verso, como si pudiera ver en cada uno de ellos un significado
oculto. Eliary, irritada por recibir una ayuda que no había pedido, se levantó
y se dirigió a la puerta de su habitación.
-Señora, le agradezco
sus buenas intenciones, pero creo que podré hacer el trabajo para clase yo
sola.-abrió la puerta esperando que se marchara.
Madame Herestia suspiró
y se levantó de la cama.
Sin embargo, antes de
salir, dijo:
-Tal vez tenga algo que
te sirva para tu trabajo. Es un libro muy especial que seguro te ayudará a amar
la poesía. Si quieres, puedo dejártelo.
Eliary meditó un
instante la sugerencia de la mujer. Finalmente, aceptó.
La cuidadora se marchó
a su cuarto en busca del libro y, una vez lo encontró, se lo llevó.
-Cuídalo bien, es un
libro muy especial.-le entregó el pesado tratado y le deseó buenas noches,
cerrando la puerta tras de sí.
Eliary miró la portada
austera, en la que tan solo se leía el título: Si el mundo fuera poesía. Las pesadas tapas de cuero marrón que
cubrían el libro estaban desgastadas por el uso. Calculó que tendría
aproximadamente mil páginas, y el desánimo fue creciendo. No se imaginaba
leyéndose aquel enorme poemario. Si ya le parecía un suplicio leerse un solo
poema, ¿cómo iba a poder con más de mil páginas repletas de ellos?
Eliary se resignó y
abrió el tratado por la primera hoja. En ella, encontró una dedicatoria: Gracias por todo. Vuelve pronto, te
estaremos esperando.
La joven no entendió
bien esa extraña dedicatoria, pero lo más notorio fue que carecía de firma.
Se sentó en la única
silla que había en el cuarto y comenzó a leer. No pasó mucho tiempo hasta que
las palabras y los versos comenzaron a mezclarse en su cabeza, y poco a poco el
sueño y el cansancio fueron venciendo. Sin darse cuenta, acabó durmiéndose con
el libro abierto sobre el regazo.
A la mañana siguiente,
entraron por la ventana los primeros rayos del sol, despertando a Eliary, que
no entendió cómo había podido adormecerse sin darse ni cuenta.
Se levantó de la silla
con el consiguiente dolor de espalda por haber dormido en mala postura. Tras
echarle un rápido vistazo a la habitación, tuvo la impresión de que algo había
cambiado allí. A primera vista, todo estaba tal y como ella lo tenía. Sin
embargo, aquella extraña sensación no la abandonaba. Revisó cada rincón del
cuarto, y no advirtió nada singular. Finalmente, se encogió de hombros y dio
por sentado que eran imaginaciones suyas hasta que, por fin, algo llamó su
atención: el libro que madame Herestia le había prestado había desaparecido.
La joven pensó
inmediatamente que habría sido su cuidadora quien había cogido el grueso tomo,
pero descartó rápidamente esa idea, pues lo más seguro es que, de ser así, la
habría despertado para que se fuera a su cama a dormir.
Decidió olvidarse por
el momento de la misteriosa desaparición y bajó a la cocina a desayunar. La
inquietud fue a más al sentir que también la casa entera –y no solo su cuarto-
tenía algo distinto. Pensó en lo mal que había dormido y en cómo afectaba eso a
su entendimiento, pero la inquietud siguió ahí.
Al entrar a la cocina,
no vio a nadie. Sorprendida, se preparó el desayuno, cada vez más intranquila.
Una vez terminó de desayunar, se vistió y salió al jardín a regar las flores
que, con la llegada de la primavera, comenzaban a abrir sus pétalos.
Comenzó a divagar sobre
el trabajo pendiente para la próxima semana, cuando algo la empujó y provocó
que cayera al suelo.
-¿¡Pero qué
haces!?-gritó furibunda. Cuando giró la cabeza para comprobar quien se había
atrevido a tirarla, se quedó aturdida.
Ante ella, había un
pequeño burro de largas orejas que la miraba curioso. Avanzó hacía ella con
intención de lamerle la frente, pero Eliary se apartó a tiempo, espantada.
-¡Aléjate de mí, bestia!
¿De dónde has salido?-se puso de pie tan rápido como pudo. Al momento, escuchó
una voz masculina.
-No tenga miedo, joven.
Este burro es mío.-un hombre alto y enjuto se aproximó con paso veloz,
jadeando.-No le hará nada, es un buen animal.
-¿Se puede saber qué
hace esta alimaña en mi propiedad?-vociferó Eliary.
-Me disculpo por mi
imprudencia, señorita. No esperaba encontrar una mansión por estos lares, no
después de tanto tiempo, por ello no llevaba atado a...
-¿De qué está hablando?-le
interrumpió.-Este es el hogar de los Burdock, y lleva aquí varias décadas, como
las casas vecinas.-Eliary señaló con la mirada los alrededores al tiempo que,
asustada, comprobó que ya no quedaban ni los cimientos de las casas vecinas. El
lugar donde antes habían sido construidas las mansiones más prestigiosas,
mostraba ahora extensos campos y praderas hasta donde alcanzaba la vista. La
joven sintió que estaba soñando y necesitó un buen rato para entender que no
era así.
-Señorita, ¿se
encuentra usted bien?-preguntó el hombre, preocupado.
-Aquí había casas
enormes, tiendas, calles enteras… ¿Qué ha pasado?
Tras un instante de
incertidumbre, el hombre sonrió y lo entendió todo.
-Ahora lo veo claro.
¡Usted debe de ser una viajera!
-No señor, no he
viajado desde ningún lado, he vivido aquí toda mi vida.-respondió molesta.
-No, no. Me refiero a
otro tipo de viajera. Usted viene del mundo real, ¿no es así?
Eliary comenzó a sentir
lástima por aquel anciano. Probablemente se trataba de algún viejo loco.
Al ver el silencio de
la muchacha, el hombre supuso que debía explicarle a qué se refería
exactamente.
-Señorita, será mejor
que me presente. Mi nombre es Juan Ramón Jiménez. Este es mi burrito, Platero.
-Mi nombre es Eliary,
un gusto en conocerle.-contestó ella, haciendo un gran esfuerzo por recordar
ese nombre que tanto le sonaba.
-Por lo visto no ha
venido aquí por propia voluntad, ya que no tiene ni idea de donde está. Aunque
esta le pueda parecer su casa, no lo es con exactitud, ni este es su mundo.
Dígame, ¿ha llegado a sus manos un libro llamado Si el mundo fuera poesía?
Eliary asintió
tímidamente. Aquella situación le parecía cada vez más extraña.
-Ese libro es una
puerta hacía ese mismo mundo. Un mundo parecido al suyo, pero regido por las
leyes de la poesía. Déjeme que se lo muestre, para mi será un placer.
-Esto es una locura.
Debo estar soñando. ¿Un mundo de poesía? Y usted dice ser Juan Ramón Jiménez.
Acabo de recordarlo, ¿no fue un famoso poeta? Y digo “fue” porque está muerto…
-Así es.-continuó
alegremente el poeta.-Este libro podría decirse que es una especie de cielo
para aquellos poetas que han muerto a lo largo del tiempo. Aquí somos
infinitos, el tiempo no pasa para nosotros. ¿Le gustaría que le enseñara como
son aquí las cosas?
Eliary asintió, todavía
suponiendo que aquello no era más que un sueño o un delirio. Nada de eso podía
estar sucediendo.
No muy convencida,
siguió al poeta ladera abajo. Se sorprendió al comprobar que no quedaba nada de
su ciudad, ni una callejuela, ni una casa. Todo había sido sustituido por
extensos bosques, prados y planicies verdes hasta donde alcanzaba la vista. El
olor a hierba fresca impregnaba el ambiente, y Eliary se sintió invadida por
una extraña sensación de paz.
A lo lejos, vislumbró
una figura sentada, con lo que parecía una pipa, mirando al horizonte
distraídamente. El burrillo se adelantó con un trotecillo alegre, y cuando
estuvo a la altura de la misteriosa figura, relinchó risueño. Eliary entrecerró
los ojos para ver mejor de quién se trataba, y cuando se dio cuenta, los abrió
de nuevo, pasmada. Recordó que recientemente había ojeado un poemario, “veinte
poemas de amor y una canción desesperada”, y recordó que la foto del autor era la
de la misma persona que estaba en ese momento ahí sentada, acariciando la tez
oscura de Platero.
-Ricardo, buen amigo,
cuánto tiempo hacía que no te veía por aquí.-saludó Juan Ramón Jiménez. Eliary
lo miró contrariada.
-Juraría que se llamaba
Pablo, y no Ricardo.
-No exactamente,
mujercita.-intervino Neruda, saludando a los presentes con un gesto cordial.-Ese
nombre por el que me conoces es mi pseudónimo.-sacó de una bolsa un par de
higos morados y se los dio de comer a Platero, que los aceptó encantado.
-¿Qué te trae por aquí,
Ricardo?-preguntó Juan Ramón.
-Simplemente, salí a
dar un paseo, pero sentí algo extraño, como si algo hubiera cambiado, y no me
equivocaba. Tú debes de ser una viajera, ¿no?-sonrió amablemente a la
vergonzosa chica.
-Así es. Me llamo
Eliary, un gusto en conocerle.-murmuró ruborizada.
-Dinos, Eliary, ¿qué te
ha traído a este lugar?
-Tenía que hacer un
trabajo para clase. Aprender un poema, recitarlo y explicar su significado,
pero por desgracia no entiendo del todo la poesía.
-¿Has oído, Juan
Ramón?-la interrumpió Pablo Neruda, indignado.-Ahora obligan a los jóvenes a tratar
la poesía como un estudio más. ¡Cómo se fuera una lección de álgebra! ¿Cuándo
enseñarán a sentirla, a crearla, y no a aprenderla? Alguien dijo hace tiempo
que la poesía es el eco del alma. ¿Cómo se puede estudiar el alma de la gente?
-¡Eso lo dijo madame
Herestia!-exclamó Eliary.
-¡Ah, Herestia!-Juan
Ramón suspiró al oír su nombre.-¿Qué habrá sido de ella? Le escribí una bella
dedicatoria, diciéndole que volviera algún día, y ya hace de eso tantos años…
Eliary recordó entonces
la dedicatoria que había en la primera página del libro y se sorprendió. No
esperaba que fuera una dedicatoria de alguien tan importante en el mundo de la
literatura.
-Madame Herestia es mi
cuidadora.-les explicó.-Apenas tiene tiempo para ella misma. Aun sabiendo todo
lo que hace por mí, en los últimos años no la he tratado del todo bien.-se
lamentó.
Juan Ramón y Pablo
intercambiaron una mirada significativa.
-Pero niña, ¡estás a
tiempo de cambiar! Madame Herestia no le habría prestado su pertenencia más
preciada a cualquiera. Demuéstrale que estás arrepentida, ten por seguro que te
perdonará.-Neruda puso su mano sobre su hombro como gesto de ánimo, y Eliary le
sonrió.
-¿Sabes? Yo creía que
la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. Y aún
hoy lo creo. Tu destino era venir aquí para comprender a Herestia y para
descubrir la poesía.
A lo lejos, en medio
del inmenso campo, se dibujó un camino de baldosas, como por arte de magia. Sin
embargo. Eliary no se sorprendió esta vez, y supo que aquella pequeña frase,
que tanto significado encerraba, había trazado para ella el camino de vuelta a
casa. No cabía en sí de felicidad por haber descubierto aquel magnífico mundo
de poesía, y se despidió de los poetas, prometiéndoles volver, esta vez en
compañía de madame Herestia. Todavía le quedaban muchos poetas por conocer,
muchos versos por descubrir.
Para sorpresa de la
joven, mientras andaba por la senda, encontró a madame Herestia sentada a la
sombra de un fresno. Se aproximó corriendo a ella y la abrazó fuertemente, como
cuando era pequeña.
-¡Oh, madame
Herestia!-sollozó.-Siento mucho haber sido tan fría contigo todo este tiempo.
He pagado contigo el enfado que sentía hacia mis padres. ¡Lo siento tanto!
-Mi niña, no te
preocupes por eso. Claro que te perdono.-la cuidadora le acarició el pelo
azabache, y Eliary notó algo extraño en aquella caricia. Sentía la misma
ternura de siempre, pero su mano estaba tan suave y helada que parecía una
brisa colándose entre sus rizos. También notó que sus ojos se habían vuelto más
claros y pétreos. Se alejó cautelosamente, y un pensamiento fugaz se le cruzó
por la mente. Quería negarlo, pero algo en su interior le decía que estaba en
lo cierto.
-Madame, ¿es cierto que
este lugar es una especie de cielo para los poetas muertos?
La
cuidadora no respondió. Sonrió afligida y una pequeña lágrima transparente rodó
por su mejilla. Eliary supo entonces que estaba en lo cierto: madame Herestia
había muerto.
-Vamos,
cariño, no llores.-Herestia trató de animarla cuando Eliary rompió a llorar.-Te
he dado mi libro para que vengas a visitarme siempre que quieras. Te esperaré.
De
pronto, todo se volvió oscuro.
Había
pasado una semana angustiosa desde la muerte de madame Herestia. Al entierro
habían acudido solo algunos conocidos cercanos, además de la familia Burdock. Eliary
no soportó la ceremonia y se fue más temprano. Cuando llegó a casa, se fijó en
que el libro de su cuidadora estaba tirado en el suelo, tal y como debió de
caérsele la noche en que viajó a aquel extraordinario mundo. Lo recogió y
sintió que sus fuerzas flaqueaban. El tratado le pareció mucho más pesado de lo
que recordaba.
Lo
abrió y se sintió impactada al ver una nueva dedicatoria, bajo la primera: Espero que te haya gustado mi regalo. No
llores por mí, estaré bien. Ahora solo piensa en tu futuro y dedícate a él. Fdo:
H.
Eliary
contuvo las lágrimas y dejó el libro en la mesita de noche. Se sentó en su
escritorio y, con una estilográfica y una hoja en blanco, decidió hacer caso a
madame Herestia y dedicarse a su futuro. “Voy a ser poeta”, se dijo. Y comenzó
a escribir.