jueves, 26 de septiembre de 2013

Mientras haya esperanzas y recuerdos, Sara Zahonero

Como había anunciado en una de las últimas entradas de finales del curso anterior, publicamos aquí el  texto ganador del Concurso de Relatos convocado por el AMPA el año pasado. 
A su autora, Sara Zahonero, felicitamos de nuevo y animamos, como a todos, a seguir desarrollando su faceta creativa y cultivar el eterno arte de contar historias .


MIENTRAS HAYA ESPERANZAS Y RECUERDOS

Caminaba por los oscuros pasillos de la cárcel, dirigiéndose a la sala donde un nuevo prisionero le esperaba. Repasaba mentalmente sus informes pasados, nervioso, buscando la menor similitud con algún otro caso. Robos y conflictos entre ciudadanos producidos por el hambre, hallazgos de objetos ilegales en los sótanos de algunos pueblerinos…
No, jamás había afrontado esta situación. Desde que le habían otorgado el cargo, nadie se había atrevido a desafiar al gobernador de esa manera, a plena luz, totalmente expuesto. Nadie había cometido la osadía de expresarse libremente en público, con la desvergüenza del que sabe que será duramente castigado y aún así comete el delito. Pero desde hacía mucho tiempo, para Fabio eso era el valor, el valor que creía perdido. El valor que nadie había sido capaz de mostrar, ni siquiera él.
Entró en la sala, y el prisionero ya estaba sentado. Era un hombre mayor, de ojos cansados, pero con un brillo espléndido y no sin cierta magia, y le mostraba una sonrisa. Se sentó en la mesa situada frente a él, cogió los papeles y leyó la acusación en voz alta.

- Se le acusa de haber desafiado al poder, incumpliendo la ley que prohíbe la composición o interpretación musical, literaria o de cualquier otro tipo, así como la libre expresión de pensamiento, vigente desde el 17 de abril de 2062 - dice con voz insegura.
-¡Vaya!- exclamó el prisionero hablando por primera vez-, eso parece serio.

Creyó que el hombre no comprendía la gravedad que implicaba aquel asunto para el gobierno. El incumplimiento de su ley más importante, aunque también la más absurda. La ley que hacía débil al pueblo. No podía entender su actitud, su sonrisa impasible, la ausencia de miedo…
-¿Sabe que ha cometido una falta grave, y que será castigado por ello?- dijo en un intento por hacerle comprender.
- Que lo sepa no significa que lo entienda, hijo- dijo el anciano sin dejar de sonreír- Hay muchas cosas que ya no comprendo de este mundo.

Era consciente, y entonces todo era aún más confuso.
- Se le acusa, además, de otros delitos- continuó apartando la vista y mirando de nuevo al papel- : se han encontrado documentos antiguos, libros, periódicos y películas escondidas en su casa. ¿Sabe usted que la posesión de estos también es ilegal?
-Lo sé, pero alguien tenía que guardarlos, ¿no es así?.

El anciano observó el rostro interrogante de Fabio un momento.
- Las cosas se pierden. Los libros y la música se olvidan, el arte se borra de la mente del pueblo con la misma rapidez con la que se borró la sensatez de la mente de nuestro gobernador.
Ya no sabía como continuar, la conversación no había hecho más que empezar, y el anciano ya se había ganado su respeto con las palabras, incluso su admiración. Tenía razón. Y Fabio era incapaz de fingir que le condenaría.

- Dime, chico, ¿por qué estás aquí?- preguntó el anciano al advertir que no tenía más preguntas- ¿Estás aquí para que te diga que soy culpable? Así es, todos habéis visto mi delito y tenéis pruebas suficientes para condenarme.
-Aun así debo escuchar su testimonio, ese es mi trabajo - dijo seguro por primera vez.
- En ese caso- continuó el anciano- le diré que no soy un hombre malvado, si es eso lo que quiere oír.

Pensó que era cierto, que cuando le miraba a los ojos no veía ninguna maldad.
Pero sabía bien cuál era su papel, el papel de condenar a un hombre culpable de un delito estúpido. Y de nada servía engañarse, a nadie importaba su juicio: el hombre ya era culpable y su condena ya estaba prescrita. Él lo sabía, tan bien como el prisionero.
-Yo solo soy un hombre- seguía diciendo- y como hombre amo las cosas que llenan el alma, las cosas bellas…

Fabio seguía sin comprender qué llevaría a un hombre a arriesgar su vida por mostrar una belleza ya olvidada, una belleza a la que el pueblo había renunciado hacía ya mucho tiempo.

-Pero tú no quieres que te diga eso, ¿verdad?- continuaba el anciano- Quieres que afirme que soy un estúpido, un anciano demente, senil incluso. Algo que te sirva para ayudarme, para sacarme de aquí, para quitarte de los hombros el peso de mi condena.

En tan solo un instante, el anciano había buceado hasta lo más profundo de su mente, y la había leído. La había comprendido antes incluso que él mismo.
-¿Por qué lo hizo? – quiso saber, tremendamente intrigado por su actitud.

Entonces la imagen volvió a la memoria del prisionero. La imagen de como había subido a lo alto del muro, y mientras la brisa le llevaba a la paz, había recitado la Rima IV de Bécquer. Recordó como se había sentido completamente libre, por primera vez en mucho tiempo, y no dudó en qué contestar.
-Tal vez sea un loco. Pero simplemente estaba cansado. Cansado de cantar en un sótano una melodía que casi he olvidado, cansado de esconderme para escribir, cansado de no poder recordar los diálogos de mi película favorita. Cansado de sentirme preso.
Fabio le miró a los ojos. Él también se sentía preso.
-Vivimos en un mundo donde el talento, la belleza y el arte son castigados, repudiados y eliminados. Donde no hay lugar para expresarse libremente, para mostrar talento –continuó el anciano- Pero hubo un tiempo en que un hombre era libre de elegir, expresarse, mostrar arte y compartirlo. Y eso nos fue arrebatado, por el miedo de un hombre a perder su poder, un poder que había ganado a base de mentiras y engaños. Porque se dio cuenta de que esas maravillosas cosas hacían fuerte e inteligente al pueblo, lo hacían libre. Y un pueblo libre no se puede manejar.
Tenía miedo a que esto fuera así para siempre, creo que se acerca el día en que no podremos volver a aquello que tuvimos, el día en el que no podremos volver a ser libres. Por eso lo hice, porque debía tratar de vencer ese miedo.

Fabio reflexionó un momento. Eso no le bastaba para salvarle, pero era cierto. El mundo había cambiado. Un hombre había accedido al poder, se habían seguido sus normas, sus requisitos para salir de la crisis del pueblo, y de pronto, sin que nadie se diera cuenta, el mundo fue convirtiéndose en un lugar inhóspito, donde la libertad de expresión estaba limitada a aquellos que hablaban a favor del sistema. Un sistema que había cambiado. Las muertes de los espontáneos en los primeros años se habían sucedido y se habían tapado, y más tarde el pueblo dejó de manifestarse, dejó de luchar por retener su cultura y su belleza. Muertes injustificadas, ignoradas. Lo mismo se haría con esta. Y él era el esclavo de ese sistema.

- No puedes salvarme- dijo el anciano mirándole a los ojos- y no quiero que lo hagas. Esperaba encontrar aquí a alguien en quien poder confiar, y he tenido suerte. Sé lo que te estás preguntando. ¿Para qué sirve el sacrificio de un viejo loco?

Y a modo de respuesta a la pregunta que los ojos de Fabio le habían formulado y que había convertido en palabras, el anciano se limitó a sonreír.

En un momento, sin a penas reflexionar, Fabio se vio caminando hacia el despacho del gobernador. Armado de valor. Porque el momento idóneo para el valor es aquel en el que se tiene miedo. Y él estaba aterrorizado.
El gobernador ya había tenido unas cuantas visitas esa misma mañana.
El pueblo suplicaba arrodillado ante sus pies, pero eso solo servía para que se considerara más poderoso. Era temido, y eso le hacía fuerte. Pero Fabio sabía que, para ser escuchado, no debía doblegarse.
Los dos guardias de la puerta le impedían el paso, pero al mostrar su documentación se apartaron sin mediar palabra, dejándole espacio para abrir la pesada puerta. La empujó con fuerza y entró en una amplia sala oscura y vacía, con techos altos y paredes lujosas. Una habitación fría, escalofriante, en la que ni siquiera entraba la luz por las pequeñas ventanas colocadas en la parte más alta de las paredes, ni siquiera una pizca de brisa o color.
Y sentado en un amplio sillón, al final de la sala, se encontraba el gobernador, con un guardia armado a cada uno de sus lados.
Fabio sentía la presión de mil ojos en torno a él; a pesar de que la sala estaba vacía, las paredes lo miraban, al igual que los techos… y la amplitud de la sala no era suficiente para no sentirse atrapado. Sentía un frío abrasador helándole la piel. Se habían logrado unir muchos elementos para debilitar y aturdir a las visitas. Cuando uno entraba en la sala, comprendía de pronto como un hombre podía volverse loco.
El gobernador le invitó a acercarse con un gesto de la mano, y Fabio obedeció.
Sus ojos repletos de locura se fijaron en él y lo miraron impasible.
Sin esperar ninguna otra señal, arrancó a hablar, escogiendo las palabras correctas, con una voz temblorosa, pero sin apartar la mirada de su rostro.
-Señor, vengo a hablaros del nuevo prisionero.

El gobernador aguardó un momento, tratando de aparentar que no recordaba su rostro, su nombre, su delito, las ganas infinitas que tenía de verlo arder…
-¿Ya está listo para morir?- preguntó con voz aguda y una sonrisa escalofriante.

Fabio tragó saliva y apartó la vista un momento casi sin quererlo de los ojos que le hacían temblar y trató de recomponerse para continuar. Pero se le adelantó adivinando sus pensamientos.

- El pueblo sabe lo que conlleva cometer un delito semejante- dijo levantándose del sillón y caminando por la sala, alrededor de él.- Las leyes están hechas para la paz del pueblo y este debe cumplirlas. Sin ellas el pueblo se mata, sin ellas el pueblo se hunde. Mil hombres culpables podrían arrodillarse ante mí, y no tendría clemencia, porque quién comete una falta debe aceptar su condena.

Fabio se estremeció cuando sintió su frío aliento en la nuca, y pensó que era él quien debía arrodillarse. El hombre que se encontraba ante él. Debía implorar el perdón del pueblo, el pueblo al que había engañado y destruido.
Y de pronto, en algún lugar de esa sala, debió perderse a sí mismo, porque al mirar de cerca a los ojos de ese hombre que solo había causado dolor, vio al otro anciano, el que pretendía recuperar la libertad, la magia.
Vio, debajo de una máscara de ira, su verdadero rostro, el rostro del miedo. Pues no era más que eso. Un hombre que ansiaba el poder, el poder que había conseguido. El poder que había llegado acompañado del miedo a perderlo. Un hombre que creyó que un pueblo libre, consciente e inteligente sería su perdición. Un hombre que se había arrebatado lo bello incluso a sí mismo. Y ese rostro lleno de miedo le inspiró lástima.
Entonces supo que no podría salvar al anciano prisionero. Pero aún podía ayudarle a salvar al pueblo de ese otro hombre, y a ese hombre de si mismo.
Salió de la sala sin saber cómo lo había logrado. Ni siquiera sabía cómo era capaz de mantenerse en pie. Pero parecía firme, seguro, de piedra. Había pronunciado ante el gobernador las palabras que el anciano le había marcado.
"El prisionero desea declarar públicamente su locura y embriaguez cuando cometió el delito, así como el acuerdo con el sistema y con sus leyes, y la aceptación voluntaria de la condena" - repitió para sí mismo como un robot.
Y esas palabras habían sido para el gobernador del todo inesperadas.
Su poder no le había sido arrebatado, había vencido una vez más y lo proclamaría delante del pueblo, del pueblo que era suyo, que le pertenecía.
El gobernador no sabía que su perdición estaba en creerse vencedor, cuando la batalla a penas había comenzado.
De pronto Fabio se vio caminando por los pasillos de nuevo, seguido por su prisionero encadenado, hacia la sala desde la que el gobernador se comunicaba con el pueblo mediante su mensaje. Un mensaje que era obligatorio para todos. Sin excepciones.
Todo estaba dispuesto, las cámaras y el prisionero estaban colocados, la sala estaba aislada, ningún sonido podría entrar ni salir. Fabio podía observar a su prisionero desde una de las paredes, junto al gobernador, que se regocijaba sentado en otro de sus sillones, y unos diez soldados de su guardia personal.
El pueblo ya estaría esperando, mirando a las grandes pantallas que se repartían por las calles, escuchando el aviso, parándose y esperando oír un mensaje positivo que nunca llegaba.
Y el anciano comenzó a hablar.
Ni siquiera hacían falta presentaciones. Todo el pueblo le había visto, y quién no había oído hablar de él después. No podía perder tiempo, pues no lo tenía.

-Todos saben quién soy y lo que voy a decirles. Debería decirles que soy un loco por atentar contra un gobierno que busca el bien del pueblo, y que en un ataque de locura desafié ese poder con un acto delictivo, que hice algo cruel y me arrepiento, que acepto la condena y la respeto.
Pero no voy a hacerlo.

La última frase precedió a la sorpresa del gobernador, que ejecutó la orden de entrar en la sala sin apenas haber reaccionado.
Pero todo estaba dispuesto y previsto, y Fabio confiaba en esas previsiones, pues eran las suyas propias. El anciano tendría tiempo de acabar el mensaje.

- En los últimos años hemos perdido muchas cosas: objetos, libertades y vidas. Pero lo más grave que hemos perdido es la memoria. Hemos dejado de recordar por qué murieron tantos otros, hemos olvidado qué era lo básico, lo mínimo, y lo de más valor, hemos olvidado derechos y libertades, dejándonos consumir por el miedo. Y hoy debe ser el día en que empecemos a recordar.
No puedo hacerles creer que mi delito ha sido cruel, porque sería mentira. Me he sentido libre, libre de nuevo. Y les invito a ustedes a sentirlo también.

Los guardias entraron entonces en la sala y se abalanzaron sobre él. El gobernador, con los ojos inyectados en sangre, ordenó su ejecución inmediata. Había pedido una muerte lenta y dolorosa en un ataque de ira, pero por suerte, las leyes no habían traspasado aún esa barrera. Y Fabio lo agradeció infinitamente. Recorrían los pasillos en silencio cuando el prisionero volvió a dirigirse a él.
- Esto es solo el principio,- le dijo en un susurro-  pues yo solo soy un hombre. Pero te aseguro que soy el hombre que ha devuelto la magia a este lugar, porque a veces la gente, solo necesita un pequeño empujón para volver a creer que nada que llevemos en el corazón nos puede ser arrebatado. Y la poesía, las palabras, la música, la cultura, el arte... Todo eso no se puede guardar en otro lugar.

Y tenía razón. Tenía razón, porque ese siempre había sido un lugar lleno de magia, y sus gentes, artistas ahora dormidos por el miedo, ansiaban una razón para despertar. Y no había mejor razón que esa verdad.
Pero para Fabio no era suficiente razón para dejar morir a ese hombre, para permitir que perdiera su vida. Y una vez más, el anciano volvió a bucear en él.

-¿De qué sirve una vida cuando se ha perdido todo lo que le daba sentido?-preguntó a su vez el anciano- Los sacrificios son necesarios y, si con este logro mi propósito, merecerá la pena. Yo elijo morir y muero por el pueblo, por su libertad, y eso también me convierte en un hombre libre. Basta con eso para mí. Recuerda este día, chico, - continuó con voz tenue mientras entraban por la puerta- a partir de hoy la gente luchará por recuperar su libertad, sobre todo por un hombre que murió por esa causa.
Entonces estuvo seguro. Todo había estado planeado, cada movimiento,
por una mente maravillosa, la que ahora se apagaría para siempre, pero mostrando la sonrisa más radiante de su vida, por la primera batalla vencida.
Y , al tiempo que le veía sonreír mirando al cielo a través del pequeño tragaluz abierto, aspirando el último aroma de la vida, una pregunta rozó su corazón:
"¿Cómo se encadena a un hombre que se siente libre?"

Y, como un rayo, cuando la aguja atravesó su piel y el anciano al que ya no podía llamar prisionero cerró los ojos por última vez, la respuesta agitó su mente como un huracán:
"Es completamente imposible", se dijo a sí mismo.
Y lo recordaría más tarde cuando, sentado en la casa que le había visto crecer, con una brillante magia y ante miles de personas, sus dedos rozaron las teclas del viejo piano de cola y una melodía que Beethoven había compuesto hace tanto tiempo empezó a sonar.
Entonces él también se sintió completamente libre.

      SARA ZAHONERO RODRIGO      

domingo, 22 de septiembre de 2013

El otoño se acerca, Ángel González

El verano se nos va, ahora ya de manera oficial, y el otoño se deja ver  en el color del cielo y de los arrozales.
Así expresa esa proximidad el poeta Ángel González en este breve poema:

El otoño se acerca

El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre.



Desde luego , echaremos de menos su luz y ese algo más que cada cual guarda en su memoria entre algodones o espinas.


martes, 17 de septiembre de 2013

Empezamos curso "recortado"

De nuevo aquí
Comenzamos curso, sí. El verano queda atrás. Aunque oficialmente queden unos días para su finalización, para la mayoría de los docentes y el alumnado el verano es ese periodo de descanso entre curso y curso que cada uno aprovecha según sus gustos o necesidades.
Hoy "verano" igual a "historia" y se impone  encarar el nuevo curso que, siguiendo las pautas del anterior, estará marcado por los recortes en todos los niveles educativos. En  la enseñanza pública no universitaria las cifras hablan por sí solas: 25.000 alumnos sin beca, casi 20.000 profesores menos, 80.000 alumnos más… son sólo algunos datos a nivel estatal; datos que en cada centro repercutirán de distinta forma pero, obviamente, a pesar de vergonzantes declaraciones oficiales en sentido contrario, van en deterioro de la enseñanza, de la “calidad educativa” (término, por cierto, nuclear de la contrarreforma del ministro Wert  en su amenazante LOMCE –Ley Orgánica de mejora de la Calidad Educativa-)
 Recortes que intentan justificar como necesidad derivada de la crisis económica pero que responden a unas directrices ideológicas claras que parecen tener como objetivo el elitismo y la degradación de la Escuela Pública a favor de la privada-concertada.
Recortes que todos los centros (sus claustros, equipos directivos, AMPAS y todos sus componentes) se esforzarán en que afecten de la menor forma posible a su alumnado.

Curso 2013-2014: Recortes y la amenaza de la aprobación de la LOMCE.
Con estos dos elementos es fácil prever otro curso difícil:en Baleares, por ejemplo, se ha iniciado curso con una huelga indefinida  y,  a nivel estatal, hay convocada para el 24 de octubre la que será la segunda huelga general educativa.

 Aun así, habrá que empezar curso con ganas, con ilusión , pues si hablamos de educación, es imposible sin esos dos ingredientes. Así que, junto a  los lápices, convendrá afilar también  todo aquello que nos permita luchar contra la tentación del desánimo en estos tiempos recortados y ásperos .

MUJERES QUE INSPIRAN

  Rosa Parks (1913 – 2005) El primero de diciembre del año 1955, en Montgomery ( Alabama), Rosa, una mujer negra , se sube al autobús que to...